Cómo afecta el estrés vacacional en nuestro descanso

Ago 17, 2020 | CONSEJOS, DESCANSO

Que el ser humano es una especie contradictoria por naturaleza encuentra su máxima expresión con la siguiente situación: Tras diez meses (o incluso once) de laborioso trabajo, actividad frenética, estrés, ansiedad, atascos con el coche, conciliación familiar, estudios, exámenes y, en definitiva, un día a día a tope de movimiento, nos topamos por fin con un verano que nos debería ayudar a desconectar y descansar. Sin embargo, y aquí es donde entra la contradicción, a veces nos resulta imposible ese descanso e incluso caemos en una especie de estrés vacacional. Los motivos son varios, pero las soluciones también. Te explicamos en qué consiste esta paradoja y cómo se puede solventar.

¿Por qué nos cuesta descansar y dormir en vacaciones?

Casi un año entero de reuniones, llamadas y horas estresantes en la oficina que se ven cortadas de cuajo cuando el calendario señala que comienzan nuestras vacaciones. A partir de ese momento, se origina una vorágine de planificaciones, viajes, maletas, lidiar con los más pequeños durante esos largos trayectos en el coche, cambios de temperatura, mudanzas temporales a segundas residencias y un largo etc.

Sí, son nuestras vacaciones y así las hemos escogido. Sin embargo, que sea verano, que estemos en nuestras semanas de hipotético descanso y que todo haya sido elegido por nosotros mismos no es sinónimo de desconexión y sueños profundos. Factores como el calor (quizás el elemento que más nos fastidia en verano), las numerosas cenas copiosas regadas con alcohol y el cambio de domicilio de manera temporal (con su correspondiente sustitución de colchón y cama) afectan directamente a la calidad de nuestro descanso y a la higiene del sueño.

Más allá de estos estímulos externos tan determinantes, existen otros que también influirán directamente en la calidad de nuestro descanso. Derivado de uno de los factores principales, encontramos el cambio constante de vivienda. Viajamos a hoteles, apartamentos, segundas residencias, chalets, casas de pueblo… Un vaivén que no solo afecta el sueño por el mero hecho de cambiar de cama, sino que puede verse amplificado porque nos encontramos con habitaciones donde no hay persianas (y entra demasiada luz a primera hora del día), más ventiladas (por lo que hará más calor de lo necesario), falta de aire acondicionado y, sobre todo, el uso de colchones de baja calidad.

Lamentablemente, salvo en la excepción que preside el hecho de disponer de una segunda residencia donde tú sí puedes escoger un colchón que se adapte a tus necesidades, lo normal es hospedarte en hoteles o apartamentos donde el equipo de descanso ya está fijado y preestablecido. Es entonces cuando los niveles de firmeza y transpirabilidad de los modelos pueden ocasionarnos problemas físicos o, simplemente, malas noches de confort. En definitiva, una situación que va a alterar nuestra higiene del sueño porque no conseguimos descansar cuando más podemos descansar.

Además de esta logística, existen otros elementos que pueden incrementar nuestro estrés vacacional. Por ejemplo, los numerosos eventos a los que debemos acudir. En otra paradoja del ser humano, el siglo XXI transformó el tipo de vacaciones que solíamos tomar. Lo que antes era un mes de visitar el pueblo para descansar en el campo o tomar el sol en una playa hasta tostarse, ahora se ha convertido en viajes interminables a países exóticos. Para más inri, necesitamos apurar esos destinos hasta el infinito, por lo que muchas veces caemos en el error de volver a nuestras ciudades justo el día antes de volver al trabajo y a la rutina. Entonces, ¿cuándo descansamos?

Por último, y en relación con el tema de los eventos y actividades a las que nos vemos forzados a tomar parte durante el verano, está la conciliación familiar. Padres que no tienen un segundo de descanso porque sus hijos los llevan a todo tipo de actividades físicas o visitar aquellos lugares que no han podido ser vistos durante el resto del año.

En definitiva, factores y situaciones cotidianas que surgen o se potencian en vacaciones, causando un estrés que se acaba transformado en insomnio. Y una falta de sueño agravada por el calor de cada noche, lo que se convierte en un circulo vicioso muy agobiante donde vemos pasar los días y no hemos conseguido descansar ni desconectar.