Cuentos cortos de la primavera para niños
Llega la primavera y, con ella, todos nos revolucionamos un poquito, especialmente los más pequeños. Sobre todo en estas épocas, es posible que mantenerlos ocupados pueda resultar más complicado de lo habitual, y las ideas se nos acaban para entretenerlos.
Por eso en Maxcolchon hemos pensado en echarte una mano y hemos recopilado una lista de cuentos cortos de la primavera para niños. Se trata de una serie de tres cuentos agradables con los que poder entretenerles a la vez que fomentamos su imaginario, y es que leer a los niños puede tener diferentes beneficios.
Beneficios de leer a los niños
Los bebés y los niños pequeños son esponjas que absorben cualquier cosa que les rodea. Incluso cuando les contamos alguna historia, sus mentes asimilan el lenguaje y procesan la información que les ofrecemos. Y esto conlleva una serie de beneficios para ellos. Algunos de ellos son los siguientes:
- Refuerzo del vínculo padres-hijos.
- Desarrollo cognitivo y del lenguaje.
- Desarrollo de la habilidad de escuchar.
- Aprendizaje de lecciones de vida.
- Desarrollo de la creatividad.
- Aumento del desarrollo social y emocional.
Como ves, contar historias a los niños significa todo ventajas. Veamos algunas sobre la primavera que les pueden encantar.
Cuentos cortos de primavera para niños
Como te decíamos, contar historias a los niños conlleva una serie de ventajas no solo para tenerlos entretenidos, sino también para desarrollar su mente. En este caso, te dejamos tres cuentos cortos que les pueden hacer reflexionar sobre la primavera.
Los tulipanes de las hadas
Érase una vez una adorable anciana que vivía en una casita. En su jardín, tenía un lecho de hermosos tulipanes rayados.
Una noche, la despertaron sonidos de bebés riendo y cantos celestiales. Miró por la ventana. Los sonidos parecían provenir del macizo de tulipanes, pero ella no podía ver nada.
A la mañana siguiente caminó entre sus flores, pero no había señales de que nadie hubiera estado allí la noche anterior. A la noche siguiente, le despertaron nuevamente los dulces cantos y las risas de los bebés. Se levantó y se deslizó sigilosamente por su jardín. La luna brillaba intensamente sobre el macizo de tulipanes y las flores se balanceaban de un lado a otro. La anciana miró de cerca y vio, de pie junto a cada tulipán, una pequeña hada madre que canturreaba y mecía la flor como una cuna, mientras que en cada copa de tulipán yacía un pequeño hada que reía y jugaba.
La anciana volvió sigilosamente a su casa, y desde entonces nunca recogió ningún tulipán, ni permitió que sus vecinos tocaran sus flores. Los tulipanes crecían cada día más brillantes en color y más grandes en tamaño, y despedían un delicioso perfume como el de las rosas. También comenzaron a florecer todo el año. Y, todas las noches, las pequeñas hadas madres acariciaban a sus bebés y los mecían para que se durmieran en las copas de las flores.
Llegó el día en el que la buena anciana murió, y la cama de tulipanes fue arrancada por personas que no sabían nada de las hadas, y allí se plantó perejil en lugar de las flores. Pero el perejil se marchitó, y también todas las demás plantas del jardín, y desde ese momento nada creció en ese lugar.
Pero la tumba de la buena anciana se volvió hermosa, porque las hadas cantaban sobre ella y la mantenían verde, mientras que sobre la tumba y a su alrededor brotaban tulipanes, violetas, narcisos y otras hermosas flores de primavera.
La canción de la primavera
Había una vez un rey que estaba muy enfermo y nadie en toda la corte podía averiguar cuál era su enfermedad ni cómo curarla. Había sido el rey más amable y alegre en kilómetros a la redonda, siempre dispuesto a ayudar a los pobres o a detenerse y jugar con los niños mientras conducía su carro por la aldea. Pero ahora nunca sonreía y parecía demasiado cansado como para preocuparse por lo que sucedía en el reino, así que nadie sabía qué hacer al respecto.
–El rey necesita comida más delicada-dijo el cocinero de la corte, así que sirvió pavo real asado sobre tostadas, granadas y nata, miel silvestre, pasteles de queso tan ligeros como plumas y un bizcocho hecho con huevos de gallina. Pero el rey no se comió nada de ello.
“El rey necesita medicina”, dijo el médico de la corte, así que buscó en el campo de cosas que crecían y preparó té de hojas de rosas, e hizo una poción de flores eternas mezcladas con romero, y destiló madreselva silvestre con rocío recogido al amanecer. Pero el rey no bebió nada de ello.
“Tal vez la música distraiga al rey”, sugirió el Sabio de la Corte. “Podría hacerle olvidar lo que sea que le esté preocupando”. Y como la música era el único remedio para la enfermedad del rey que no había sido probado todavía, el Heraldo de la Corte se apresuró por las calles, gritando tan fuerte como pudo: “¡Música para el Rey! ¡Música para el Rey! Riquezas y honra para quien sepa tocar la más linda melodía y la que haga olvidar su pena a su majestad”.
Inmediatamente después, el palacio se llenó de música, algunas canciones muy hermosas, todas tocadas por personajes muy famosos. Un dulce cantante vino con su laúd y cantó al rey sobre todas las princesas y reinas que habían escuchado sus melodías. Pero el rey todavía seguía débil y afligido.
Llegó un arpista de un país lejano y tocó una música que sonaba como el viento impetuoso en las cimas de las montañas y el torrente de los grandes arroyos. Pero el rey solo le agradeció al arpista su presencia y le pidió que regresara a su hogar. Lo mismo ocurrió cuando llegó el trompetista, que daba grandes gritos con su trompeta, pero el rey parecía más triste que nunca tras ello. Parecía que ni siquiera la música sanaría al rey.
De pronto, un niño que cuidaba un rebaño de ovejas, que tenía siempre amables palabras para todos y tocaba el violín, dijo: “debo ir a tocar ante el rey”. “Solo se reirán de tu pequeño violín”, dijeron sus hermanos, pero el mayor de ellos prometió cuidar de sus ovejas y el pequeño partió hacia el palacio.
El pequeño niño tocó las cuerdas con el arco y sonó una melodía adorable, como una docena de pájaros y la voz de un arroyo ondulante, todo junto con sonidos de pequeños cantores de la tierra, las abejas, los grillos y los saltamontes. Mientras el rey escuchaba, sus hombros doblados se enderezaron y su rostro se iluminó con una sonrisa. Extendió sus manos hacia el pequeño y le dijo: “Escuché esa melodía una vez cuando era niño”, “me hace bien escucharla ahora. ¿Qué es?”
“Se trata del manantial, majestad”, dijo el pequeño. “Es la canción que aprendí de los campos cuando terminó el invierno. Si su majestad viene conmigo al pasto de mis ovejas, puede escucharla allí todos los días”.
Y así fue: el rey acudió a menudo con el pequeño y las ovejas, y el pequeño recibió las riquezas y el honor de haber curado a su rey.
(h3) Las flores del cañón
Al principio de los tiempos no había cañones, sino solo una amplia pradera. Un día, el Maestro de la Pradera, paseando por sus grandes prados, donde solo había pastos, preguntó a la Pradera: “¿Dónde están tus flores?” Y la Pradera dijo: “Maestro, no tengo semillas”.
Así, el Maestro habló con los pájaros y estos llevaron semillas de toda clase de flores y las esparcieron por todas partes, y pronto la pradera floreció con rosas, girasoles silvestres y lirios rojos durante todo el verano.
El Maestro, muy complacido, todavía echaba de menos las flores que más amaba, y le dijo a la Pradera: “¿Dónde están las clemátides, las violetas y las anémonas? Y, nuevamente, la Pradera respondió: “Maestro, no tengo semillas”. Así que, de nuevo, el Maestro les habló a los pájaros para que llevasen todas las semillas a la Pradera y las esparcieran por todas partes.
Pero, cuando el Maestro volvió, no pudo encontrar las flores que más amaba, y le dijo a la Pradera: “¿Dónde están las flores que yo más amo?”
Entonces, la Pradera lloró con tristeza, y le dijo: “Oh Maestro, no puedo quedarme con las flores porque el viento sopla con fuerza y el sol me da en el pecho, y se marchitan y vuelan”.
Entonces el Maestro le habló al Relámpago, y, con un golpe rápido, el Relámpago partió la Pradera hasta el corazón. La Pradera gimió con agonía durante muchos días debido a su herida abierta.
Pero, de pronto, un pequeño río vertió sus aguas a través de la hendidura y arrastró un moho profundo y negro, y una vez más los pájaros llevaron semillas y las esparcieron por el cañón. Entonces, tras mucho tiempo, las ásperas rocas se adornaron con musgos y enredaderas, y todos los rincones se cubrieron de clemátides, violetas y anémonas, y grandes olmos alzaron sus copas hacia la luz del sol, y alrededor de sus pies crecieron árboles, y todas las plantas crecieron y florecieron hasta que el cañón se convirtió en el lugar del Maestro para el descanso, la paz y la alegría.
¿Qué te parecen estos preciosos cuentos cortos de la primavera para niños? Son perfectos para contarlos antes de dormir o en una tarde relajada de primavera. ¡Esperamos que te sean útiles!