Invierno: Los cambios en la eficiencia del sueño

El invierno está asociado al frío, el descenso de las temperaturas, los abrigos largos, las humeantes tazas de café, la nieve, el esquí o las Navidades. Pero también, en todos esos cambios en la eficiencia del sueño y en la forma de dormir que experimentamos.
Los 4 factores asociados al invierno que influyen en nuestra forma de dormir
Para entender el principal motivo por el que cambios de hora en invierno deberíamos retroceder muchos años de nuestra historia. Concretamente, tres siglos para llegar a 1784. Fue ahí cuando Benjamin Franklin realizó un estudio en el que dictaminó que un cambio de hora en los meses más fríos ayudaría a las personas a un mejor aprovechamiento de los rayos del Sol. Y en una segunda lectura, también provocaría el ahorro de energía.
La llegada del siglo XX y el inicio de la Primera Guerra Mundial empujó a todos los países a normalizar los cambios horarios. De esta manera, la investigación de Franklin adquirió un valor más científico. Es decir, se confirmaba que el incremento en el número de horas de sol (y, por tanto, mayor exposición a los rayos de luz) ayudaba en la segregación de melatonina. Y gracias a ello, podíamos experimentar una mejor conciliación del sueño.
El invierno no solo es sinónimo de este cambio de hora. Todos los elementos que conforman esta estación provocan cambios y efectos en el organismo de los seres humanos. Un caldo de cultivo que afecta directamente en la forma de dormir de las personas. Y, por supuesto, en la eficiencia del sueño.
1. Nuestros ciclos de sueño-vigilia sufren modificaciones
Ya hemos visto que uno de los principales motivos por los que se comenzó a realizar los cambios de hora era para aprovechar mejor la exposición al Sol. Aún así, el número de horas de luz se reducen tanto en invierno que al poco de superar las seis de la tarde ya ha oscurecido. Esto es sinónimo de cambios en nuestro ciclo de sueño-vigilia y en los ritmos circadianos. Es decir, el cuerpo humano segrega más melatonina y, por tanto, experimentamos cansancio y sueño mucho antes de lo que solemos hacerlo durante el resto del año. Si alguna vez te has preguntado porque en invierno sueles acostarte antes, esta es la razón principal.
2. Puedes padecer el llamado trastorno afectivo estacional
El descenso de las temperaturas, la menor exposición a la luz y otros factores de índole ambiental provocan lo que conocemos como trastorno afectivo estacional. Este tipo de depresión estacional siempre se experimenta con la llegada del otoño o del invierno. Y lo que provoca es una oscilación de cambios de humor y físicos. Desde la pérdida de energía, a los cambios en el estado de ánimo a un mayor cansancio y necesidad de dormir. Sus principales síntomas también alcanzan la ausencia de realizar actividades sociales, un sentimiento general de tristeza y, como decimos, trastornos en la conciliación del sueño. Mientras algunas personas pueden tener más sueño, otras pueden hallar dificultades a la hora de dormir.
3. Mayor relajación física
Irónicamente, mientras algunas personas pueden estar pasando por un trastorno afectivo estacional, la llegada del invierno provoca un estado de relajación plena en otras personas. El invierno y el descenso de las temperaturas puede provocar que el cortisol, conocida también como la hormona del estrés, experimente una reducción. La conclusión de esta reacción física se transforma en cambios en nuestros ciclos del sueño. Es decir, un mayor estado de relajación que ayuda a la hora de dormir.

4. La exposición a la calefacción
¿Qué es el invierno si no una exposición constante a los cambios de temperatura? Cada vez que entramos y salimos de un sitio nos ponemos o nos quitamos el abrigo. Mientras en la oficina la calefacción está por las nubes, el frío asfalto no concede una tregua ni con el mejor de los abrigos. Al final, tanto las bajas temperaturas como la reducción de humedad en el ambiente que provoca el uso de la calefacción se transformen en una irritación constante de la garganta. Así contraemos constipados, sufrimos picor en los ojos o la nariz, alergias, problemas respiratorios o una constante tos. En definitiva, síntomas que no ayudan a una buena calidad del sueño.